PASOS DE LAURA

Imagen de un cuadro: el rostro triste y apacible de Cristo observa la Luna que, desde un claro en el cielo nocturno, ilumina los contornos azulinos de las nubes que la rodean. Sonidos de pájaros y algún grito lejano tras el paso de un vehículo, se filtran desde el exterior, avasallados en todo momento por el claro y preciso andar de un reloj a cuerda. Sobre la pared en donde está colgado el cuadro, justo debajo de éste, se apoya la cabecera de una gran cama de bronce, donde una pareja de ancianos duerme dándose las espaldas, como dos paréntesis en orden inverso. Unos pálidos rayos de luz atraviesan la penumbra y reproducen sobre una pared rosada el bordado de las cortinas que se mecen con la brisa. Desde la mesita de luz junto al anciano, el redondo reloj de tres patas marca la una en punto. Al otro lado de la cama la mujer duerme tranquila, hasta que el súbito estruendo de un portazo no muy lejano hace temblar sus párpados; el posterior repiqueteo de unas suelas que retumban al correr, le hace abrir los ojos definitivamente.

La amplia habitación, de altísimas paredes rosadas, es inundada por la luz de la tarde. Sentado al borde de la cama, el anciano se toma el rostro con ambas manos. La mujer, recostada sobre la cabecera, permanece en silencio, cabizbaja.

ABUELO
¿Qué querés que haga?

ABUELA
No sé.

ABUELO
Ya le dije mil veces que entre sin hacer ruido...

ABUELA
Entonces algo hay que hacer. ¿No?

ABUELO
¿Qué?

ABUELA
Algún día va a haber que retarla.

ABUELO
¿Tan grave es?

ABUELA
Vos porque no oís nada...

ABUELO
¿Te ponés los algodones, como habíamos dicho?

ABUELA
¡Sí! Igual me despierta. ¡Además estoy harta de no tener paz
en mi propia casa!

Se produce un largo silencio

ABUELO
Sabés que no le puedo pegar... A Lila nunca hubo que retarla...

ABUELA
Ya sé... Pero algo tenemos que hacer, no puede hacer lo que
quiera...

ABUELO
Está bien, hoy se va a la cama sin cenar.

Comedor. La araña de bronce y cristales, que pende sobre la mesa dispuesta para la cena, ilumina cenitalmente los rostros apesadumbrados de los ancianos. El hombre, sentado en la cabecera, observa la silla vacía frente a la cual no hay cubiertos ni plato. A su lado, la mujer termina de tragar la comida sin demasiado entusiasmo. La anciana se limpia la boca con una servilleta y susurra con benevolencia

ABUELA
¿No vas a comer nada?

Él le retribuye con una austera sonrisa y toma su mano.

Habitación. El minutero del despertador se posa en el doce romano para marcar la una en punto. Un portazo y los posteriores pasos resuenan con mayor violencia que en la tarde anterior. La anciana abre los ojos y se incorpora enfurecida. Sacude al marido que tarda en despertar

ABUELO
¿Qué pasa?

La anciana lo mira con los ojos llorosos. El hombre se levanta y comienza a vestirse en la penumbra sin pronunciar una palabra. Desde la cama, la mujer lo sigue atentamente con la mirada. El anciano extrae un cinturón de un cajón del aparador, sale, y cierra la puerta desde afuera.
El hombre camina decidido por el amplio hall de entrada, similar a un patio interior, al que dan todas las habitaciones. Los cristales que cubren todo el frente, refractan la intensa luz del mediodía obligando al anciano a entrecerrar los ojos.
Pasa frente al comedor y llega hasta una habitación al otro lado del hall. El hombre golpea la puerta.

ABUELO
Laura...

No obtiene respuesta

ABUELO
¡Abrí, Laura!

Espera unos instantes, y abre la puerta. Parado como una sombra junto a la puerta, el anciano recorre con la mirada el cuarto que tiene las persianas cerradas. En la penumbra se observan los juguetes amontonados en la cama, un delicado jarroncito con flores sobre la mesita de luz, un cuadro ovalado con la Virgen y el cordero, varios frasquitos de perfume sobre un aparador. El hombre cierra la puerta. El hombre camina lentamente hasta el comedor

ABUELO
¡Laura!

El timbre de la casa suena como un chillido, que sobresalta al anciano. Dos siluetas aparecen por detrás de los vidrios del frente. El hombre se acerca con cautela a la puerta. La puerta se abre y el anciano asoma un ojo. Dos hombres de traje y sombrero, no muy elegantes, aguardan en la escalera de piedra. Uno es muy corpulento y el otro, de aspecto frágil lo secunda. El primero se saca el sombrero y dice secamente

ACÉBAL
¿El señor Dalman?

ABUELO
¿Quién lo busca?

ACÉBAL
Subcomisario Acébal.

El anciano frunce el entrecejo

ABUELO
Juan Dalman era mi yerno... Falleció hace seis años.
¿Porqué lo buscaba?

El policía mira el piso un instante y luego levanta la vista

ACEBAL
Tengo que darle una mala noticia... Su nieta tuvo un accidente,
murió...

ABUELO
¿Cómo?

ACÉBAL
Jugando en las vías se le engancho un pie en un durmiente...

ABUELO
No puede ser... Hace un rato mi mujer la oyó entrar...

ACÉBAL
Lo lamento, era su nieta...

El anciano se queda estupefacto, mirando hacia abajo.

ACÉBAL
¿La madre de la nena?

El viejo tarda en reaccionar y musita

ABUELO
Murió... con Juan hace seis años...

ACÉBAL
Perdonemé que le pregunte en este momento ¿Usted está a
cargo de la nena?

El anciano sólo asiente

ACÉBAL
Le agradezco, y de nuevo, lo lamento... Si necesita algo llame
a la seccional ocho, Acébal es mi nombre, si lo puedo ayudar...

Los hombres se ponen sendos sombreros al unísono y se alejan. El anciano se apoya contra la balaustrada y se cubre la cara con una mano. Luego entra a la casa dejando la puerta de entrada abierta. Desde afuera se ve al hombre entrar en su habitación, cerrar la puerta y luego de unos segundos se oye un grito desgarrado de la mujer. FUNDIDO A NEGRO.

Los ancianos están sentados a la mesa. EL hombre intenta tragar una minúscula porción de comida. La mujer tiene la mirada perdida en la silla vacía, frente a la cual no hay ni plato ni cubiertos. El anciano la observa abatido. FUNDIDO A NEGRO.

Un teléfono negro a disco, suena sobre un escritorio. Acébal lo mira y sigue leyendo el diario. Junto al escritorio, detrás de unas puertas de vidrio con cortinas, el ajetreo de las siluetas de personas que van y vienen, contrasta con la quietud del despacho del subcomisario. Ante la persistencia del teléfono, Acébal se resigna y levanta el tubo

ACÉBAL
Sí...

Del otro lado de la línea se oye la voz agitada del anciano

VOZ DEL ABUELO
Señor Acébal, soy el abuelo de Laura Dalman...

El policía se lleva la mano a la barbilla frunciendo el entrecejo

VOZ DEL ABUELO
La nena que murió hace un mes, en la vías del tren...

ACÉBAL
¡Ah, sí! ¿Cómo anda?

VOZ DEL ABUELO
Mire, va a tener que hablar un poco más fuerte, que no le oigo
bien...

Acébal balbucea algo que se pisa con el anciano

VOZ DEL ABUELO
Lo llamo porque, hace un tiempo que mi mujer me está
diciendo que oye ruidos en la casa, a la hora de la siesta...

ACÉBAL
¿Que ruidos?

VOZ DEL ABUELO
¿Cómo?

ACÉBAL
¿Qué clase de ruidos?

VOZ DEL ABUELO
Pasos.

El policía responde sin demasiado interés

ACÉBAL
Ajá...

VOZ DEL ABUELO
¿Se acuerda que el día del accidente le dije que mi esposa la oyó
entrar a la casa?

ACÉBAL
Sí, sí...

VOZ DEL ABUELO
Me lo viene repitiendo desde ese día...

ACÉBAL
Ajá...

VOZ DEL ABUELO
Mire, yo sé que mi mujer no está bien... Primero lo de nuestra
hija, Lila, y ahora Laurita... Pobre, ya ni se levanta de la cama...
No, yo le decía, lo que tengo miedo es que traten de entrar a
robar y nos hagan algo. Estamos nosotros dos solos en toda
la casa, ni vecinos tenemos...

ACÉBAL
Tranquilícese... Usted cuide a su esposa, yo le prometo que voy
a mandar a un agente, que pase todos los días ¿Eh?

VOZ DEL ABUELO
Se lo agradecería, comisario, y disculpe la molestia... Es que...

ACÉBAL
Sí, no se preocupe...

VOZ DEL ABUELO
Gracias, gracias...

Acébal trata de terminar la conversación con un almibarado

ACÉBAL
Adiós, adiós...

Tras cortar, disca un sólo número y se queda esperando

ACÉBAL
Sí, escuchame: si llama de nuevo el viejole decís por favor
que no estoy, ¿Eh?

Y cuelga bruscamente.

Sobre la mesita de luz del anciano, el minutero del reloj llega al doce, marcando la una en punto. Los ojos del hombre se abren en la sofocante penumbra de la habitación. Gira la cabeza y ve a su mujer sentada contra los barrotes de bronce de la cama mirando fijamente hacia la puerta, al tiempo que el sonido de un latir constante de corazón comienza a resonar como un tambor de guerra. El anciano se frota un ojo y se incorpora, apoya su espalda sobre los barrotes y mira también hacia la puerta. Un nuevo latido se agrega en forma disonante al anterior. El hombre se queda mirando hacia la puerta con los ojos bien abiertos. La arrugada mano de la mujer busca la suya. A medida que la imagen se acerca a la puerta, el ritmo de los corazones va en aumento. El acercamiento culmina en la parte inferior de la puerta: la luz proveniente del otro lado, desde el hall, marca un haz que proyecta, hacia el interior de la habitación, las sombras de dos pies. Los latidos se detienen al unísono. Un silencio fraudulento queda zumbando en el aire por unos segundos hasta que lo corta un fuerte golpe sobre una puerta.

Una mano está golpeando desde el otro lado de la puerta de vidrio con cortinas de la oficina. La puerta se abre y asoma su cara flaca el segundo de Acébal

OFICIAL
Me voy... Ah, che ¿Qué pasó con el viejo, que no llama más?

Tirado sobre un sillón detrás del escritorio, Acébal se encoge de hombros

OFICIAL
El abuelo de esa nena, pobre... la del tren.

ACÉBAL
No sé, que sé yo...

OFICIAL
Llamó una cantidad de veces y hace tiempo que no aparece,
pensé que habías hecho algo vos, pero habrá sido otro... Chau.

El oficial cierra la puerta. Acébal se incorpora, mira el teléfono varias veces. Mira hacia la puerta. Resopla. Se levanta, toma su sombrero del perchero y sale de la oficina.

Acébal se acerca a la casa de los ancianos caminando lentamente, con sus manos en los bolsillos del sobretodo. Se para frente a la escalera de piedra. En el interior no hay ninguna luz prendida. Mira unos segundos hacia los ambos lados del oscuro parque frente a la casa, teñido ya de un verde azulino, y sube las escaleras. La puerta de entrada se abre y la silueta de Acébal se introduce hacia el interior. Ni bien da unos pasos, observa desde el hall el destrozo que recorre las habitaciones, excepto la de los ancianos que tiene la puerta cerrada. En los demás dormitorios y el comedor las pocas cosas que sobrevivieron al saqueo, están hechas pedazos: un jarrón, el marco de un cuadro, un sillita de madera, fotos y papeles por el suelo sucio. Acébal saca su arma y comienza a caminar hacia el cuarto de los ancianos. Al llegar, intenta abrir la puerta, pero está trancada. Se aparta unos pasos y hecha sus más de cien kilos sobre las dos hojas que ceden al impacto. Sobre la puerta han quedado colgando los fragmentos de los varios cerrojos aún relucientes en la oscuridad azulada. Acébal ha traspasado un metro el umbral de la puerta. Sonidos de moscas se imponen por sobre el consabido coro de insectos en la noche tranquila. Acébal saca un pañuelo del bolsillo y se tapa la nariz. Por sobre la tela, los dos ojos bien abiertos y brillosos miran hacia abajo.

Detrás de las cortinas no hay luces, ni siluetas que pasan, ni se oye ruido alguno. Acébal mira atentamente el teléfono. Cuando éste finalmente suena, parece no escucharlo y sigue observándolo hasta que se decide a atender. Una voz de hombre, aguda y nasal, se oye del otro lado de la línea

PÉRGOLA
Sí. ¿Acébal? Pérgola, el forense

ACÉBAL
Sí. ¿Y?

PÉRGOLA
Y la cosa está más que interesante. Vea, era nomás paro cardíaco
lo del hombre...

ACÉBAL
¿Y la mujer?

Antes de contestar, el forense, tose

PÉRGOLA
También.

Acébal no contesta

PÉRGOLA
¿Hola? ¿Me escucha...?

ACÉBAL
Sí...

PÉRGOLA
Igual yo quería hablar con usted, porque eso no es lo más raro
de todo... ¿Me escucha bien?

ACÉBAL
¡Sí!

PÉRGOLA
Bueno, la cuestión es que según nuestros cálculos, que solemos
dar en la tecla casi siempre, le digo, según nuestros cálculos
murieron a la misma hora... O sea, los dos corazones se pararon
al mismo tiempo... Entonces me dijeron que hable con usted...

Acébal lo interrumpe secamente

ACÉBAL
¿Para qué?

PÉRGOLA
Je, je... Bueno, usted se da cuenta que una cosa así no se ve
muy seguido. ¿No? Es algo para publicar en el boletín de la
Academia de Medicina. ¿No le parece?

ACÉBAL
¿Y yo que tengo que ver?

PÉRGOLA
Es que parece que los viejos no tienen familiares que permitan
la ablación de los corazones... Y me dijeron que mejor hable
con usted, así evitamos los papeles. ¿Eh?

Acébal se saca el tubo de la oreja y mira hacia un costado. En un rincón con poca luz, apoyados sobre una silla junto al aparador, un reluciente par de zapatos de nena apuntan hacia él. Acébal levanta nuevamente el tubo, responde secamente

ACÉBAL
Haga lo que quiera.

Y cuelga.